Hosanna
¡Jerusalén! ¡Jerusalén…! Ardía,
traca de «hosannas», viva, la mañana,
cizañando la esquina y la ventana
con un último ramo de alegría.
Marceaban los campos; se sentía
orondear la espiga y la manzana,
y esa sangre podrida que engalana
un ramalazo oscuro de agonía.
Jesús cruzaba entre los ramos: era
raya en el mar, luna de abril subiendo
calles de un mundo tornadizo y loco.
Se espesaba de azul la primavera,
y entre « hosanna» y « hosanna» iba sintiendo
que empezaba a morir poquito a poco.
(JULIO MARISCAL MONTES, en [J.L. Ortiz de Lanzagorta (ed.)] El Dios del mediodía. Fe y creación poética en Andalucía, Madrid 1997, 265)